El asado transcurría entre risas y buen vino, pero algo olía mal…
La carne dudosa despertó sospechas. «¿Servirla o no?».
El cónsul, impaciente, rondaba la mesa, ansioso como un perro olfateando el festín.
—Que él dé el primer bocado —propuso alguien.
El cónsul comió. Los demás lo imitaron, aliviados al ver que no caía. El asado se consumió entre brindis…
Hasta cuando la criada irrumpió gritando:
—¡El cónsul está muerto!
Platos rotos, malestar general, arcadas. Cuando regresa la calma, preguntan: —¿qué ha pasado?
—¡Lo mató una tractomula en la vía!
«Menos mal» —se lamentaron todos.
La gata de Tobita
Gustavo A. Quintero Hernández