Se puede decir que dos ideas fundamentales del siglo XIX jugaron un papel importante en el desarrollo de la universidad moderna: una propuesta por Newman y la otra por von Humboldt. El primero promovió la de una universidad que estuviera totalmente centrada en la enseñanza, mientras que el segundo lideró la de una buena educación universitaria caracterizada por la constante vinculación de la enseñanza y la investigación. Pareciera ser que estas dos ideas siguen vigentes.
Hoy en día, el modelo moderno de universidad pasa necesariamente por asegurar tres aspectos: accesibilidad por todos los medios, incluyendo los no presenciales (democratización), interdisciplinariedad e innovación.
El término “democratización de la universidad”, que ya estaba en marcha desde la década de los setenta, asumió el carácter de libre acceso con cierta confusión. Por una parte, está la creencia de que la educación superior es un derecho universal versus la realidad de la cobertura, que en algunos países es extremadamente baja, y, en otros casos, la postura de quienes sostienen que la educación superior debería ser completamente gratuita.
En relación con la investigación, que al igual que el proceso educativo debe ser interdisciplinar y producir innovación, existe un poco de descontento por la presión para publicar y la cadena de producción casi autónoma de la misma, que ha generado protestas tales como las del movimiento “Ciencia en Transición” en los Países Bajos y grupos similares en otros lugares.
La universidad del presente debe examinar cómo la investigación interdisciplinar se convierte en un hilo conductor de los aprendizajes, dada su capacidad para crear pensamiento crítico. Este, junto con las humanidades, que también lo favorece, se constituyen en el mejor antídoto contra la singularidad tan temida con el advenimiento de la inteligencia artificial.
Debido a su gran tamaño y a los elevados presupuestos, las universidades modernas cada vez más son gestionadas como si fueran grandes empresas, y algunas efectivamente lo son. Sin embargo, surgirá una nueva universidad que, como la actual, necesitará una legitimación constante de la sociedad, por lo que no deberíamos dar por sentada su existencia continua. Aun cuando algunos valores permaneciesen inalterados, necesitamos reflexionar sobre los nuevos, en virtud de las circunstancias sociales cambiantes.
En los próximos años las universidades tendrán un alto nivel de diferenciación dentro del sistema educativo, que irá desde las instituciones ubicadas en el espectro del aprendizaje limitado hasta aquellas en el extremo de la investigación integral. También surgirán ecosistemas conectados que engloben otras instituciones de conocimiento y empresariales, en los cuales la universidad podrá desempeñar un papel central. La educación a distancia aumentará como resultado del avance de la digitalizacióny, con ello, la necesidad de una educación a la medida. Además, se dará menos valor al grado y al título, mientras que el aprendizaje permanente cobrará más importancia.
No podemos dejar de lado la idea de universidad difundida por Nussbaum, que conlleva la noción de que una de las contribuciones relevantes de la educación a la sociedad es la creación de ciudadanía, como también lo había advertido Newman en su momento. Lo que más preocupa a Nussbaum de la tendencia hacia una educación universitaria cada vez más tecnificada no es la pérdida de áreas de humanidades dentro de las universidades ni el empobrecimiento cultural que ello pueda suponer, sino, en primer término, el tipo de ciudadano que “produce” la universidad.
El principal aporte de las humanidades a la educación tiene que ver con la capacidad de pensar de forma crítica y de “empatizar” con los demás, haciendo uso de la imaginación como una facultad crucial para comprender relatos ajenos a la propia tradición. Las humanidades juegan, por lo tanto, un papel esencial a la hora de formar ciudadanos capaces de integrar la diferencia en una sociedad en la que la creciente diversidad se concibe a menudo como una amenaza.