Javier García Campayo, catedrático de psiquiatría de la Universidad de Zaragoza, escribía hace poco sobre este tema, aduciendo que la sociedad occidental moderna rechaza este asunto como algo indeseable y que bien podría considerarse de otra manera, quizás con algo de razón.
Aburrirse de vez en cuando no debería ser algo tan malo. Tanto en obras literarias como en representaciones gráficas, la cultura popular siempre ha otorgado una gran importancia al concepto de aburrimiento. Por ejemplo, los griegos —la pléyade de deidades que conformaba el Olimpo heleno— experimentaban con frecuencia una sensación de aburrimiento eterno y, como consecuencia, ofrecieron a la cultura universal los orígenes del teatro y las primeras olimpiadas.
Una sociedad como la nuestra, que le ha invertido tanto tiempo al ocio, no debería aburrirse. Sin embargo, el aburrimiento en nuestra vida actual puede darse en el sentimiento de inutilidad al no tener nada que hacer, aun cuando hay mucho por hacer (¡qué paradoja!), o en la sensación de encontrarse inmóvil e inmerso en un entorno que favorece la reflexión, y tememos a la reflexión.
No obstante, el aburrimiento puede ser estímulo para la creatividad al inducir un estado mental exploratorio, justamente porque el sujeto no tiene nada concreto que hacer. La ausencia de determinados estímulos propicia un estado de exploración variada. La sinapsis entre ideas puede generar conexiones insospechadas que nunca llegarían a realizarse si nuestros órganos sensoriales estuvieran ocupados en una actividad específica.
Tener estrategias para afrontar momentos de aburrimiento resulta de suma importancia, ya que, en situaciones prolongadas, el aburrimiento puede menoscabar los recursos de adaptación, afectando negativamente el bienestar psicológico y la calidad de vida en general. Una de ellas es mantenerse ocupado realizando actividades valiosas, con un propósito y significado para el sujeto, de forma tal que pueda lograr realización personal y satisfacción. Otra de gran ayuda es mantener una red de apoyo social actualizada, cultivando relaciones con seres queridos y amigos. Dada la situación de reclusión, sobre todo en etapas avanzadas de la trayectoria vital, es importante contar con relaciones interpersonales significativas para mantener la salud mental.
En el mundo tecnológico actual, lo digital y lo visual influyen en buena parte de la vida y las actividades humanas. A pesar de la enorme promesa de conectividad y del acceso informativo que se ofrece, la vida informatizada de hoy se distingue por la contención, no por el crecimiento. Se observa que, si bien las conexiones cercanas que ofrecen las nuevas tecnologías son más fáciles y eficaces, la vida telemática parece canibalizar el tiempo ordinario que podríamos emplear de otro modo. Por ende, una de las tareas necesarias es la de habituar a las generaciones actuales a valorar lo duradero, para que puedan tomar las decisiones precisas en un mundo efímero, eficaz e inmediato.
El reto es educar en la era del instante y del consumo. Los recursos comunicativos e informáticos efectivos, reconocidos y dominados gráfica e intuitivamente favorecen logros muy interesantes; pero, a su vez, fomentan comportamientos pasivos, instantáneos y consumistas, invasivos y apabullantes de la voluntad. Es imperativo desarrollar una voluntad firme y crítica que compagine adecuadamente el tiempo para un crecimiento humano equilibrado.
El humanista que intente educar tiene una tarea compleja y apasionante; un mal cálculo recreativo puede desaparecer uno de los momentos más propicios para la reflexión. El aburrimiento nos brinda la oportunidad de detenernos y reflexionar, de hacer un balance sobre, por ejemplo, la situación en la que nos encontramos en cada ámbito, lo que nos permite, a partir de esa autoevaluación, plantearnos cambios, pequeñas metas y variadas estrategias para lograrlo. Hay que enseñar cómo usar bien esos espacios de aburrimiento para sacarles provecho, por cuanto son inevitables.