«…el hombre que viaja empieza a temer que no llegue a encontrar el final adecuado para su travesía. Yo he pasado mi vida tratando de ver mi propio lugar como un viaje que nunca hice».
—Gerald Murnane
En esta frase de Murnane, en su novela Las llanuras, resuena profundamente lo autobiográfico: evoca un anhelo de pertenencia y una mirada introspectiva sobre la vida como si fuera una travesía imaginaria, más que literal, una exploración de los territorios mentales que habitan el yo.
La obra de este autor australiano se caracteriza, en parte, por ser una autobiografía disfrazada de ficción en la cual casi todas sus tramas parten de experiencias personales. Además, en él el paisaje nunca es solo decoración, sino un modo de leer la realidad interior, una geografía del alma y de la memoria.
En sus libros casi no hay acción externa ni tramas clásicas: todo ocurre en el terreno del pensamiento, la percepción o el recuerdo. Su prosa es ensayística, meditativa, más cercana al flujo de conciencia que al relato tradicional. En general, su obra es como un atlas de imágenes interiores: autobiografía transfigurada, meditación sobre la memoria, escritura sin ornamentos ni trama, pero cargada de obsesiones simbólicas.