El concepto de empatía, en el contexto del humanismo, significa entrar en el mundo emocional del otro, entregarse emocional y afectivamente a una convivencia humana de ayuda y entendimiento mutuo. Es una trascendencia del propio yo, una dispersión hacia el entorno en un sentimiento de comprensión y solidaridad con los demás, lo que implica ser receptivo a la subjetividad del otro y tener la capacidad de ponerse en su lugar. Es, sin lugar a duda, una de las grandes aportaciones biológicas de la especie humana.
Parece ser que, en los tiempos actuales, la omnipresencia y universalidad de la conexión en el mundo contemporáneo se da a través de las redes sociales y la tecnología. Sus innumerables aplicaciones posibilitan que, desde cualquier lugar del mundo, se pueda uno conectar con cualquier otro punto del planeta. Los sectores y tipos de conexión a través de los aplicativos son casi incontables: lecturas y envíos de mensajes de texto, llamadas y videoconferencias, juegos, trabajo administrativo, consultas, y creación de información y de datos en todos los sentidos imaginables. Al mismo tiempo, la lectura de un libro y la visualización de un documental dejan constatar que las redes sociales ya son el gran referente de impacto poderoso sobre las personas, incluso más allá de su aspecto afectivo, relacional o amoroso, realmente fundamental.
La accesibilidad a las distintas posibilidades de uso de Internet y de las diferentes redes sociales o aplicaciones ha propiciado la sustitución y la imposibilidad de generar relaciones humanas verdaderamente significativas, más allá de los lazos superficiales de muchos amigos y diversas interacciones.
Nadie podrá dudar de que las redes sociales exigen una transformación de todo lo imaginable. Sin embargo, no podemos olvidarnos de descubrir a la persona tras la pantalla, lo que permite crear una relación con otros. Esto permitirá una actitud muy propia, con referencia a las emociones y a la relación, de la técnica de acercamiento y hacia el rostro de una persona.
La relación entre nuestra inteligencia emocional y las relaciones interpersonales es mucho más estrecha de lo que se sospechaba hasta tiempos muy recientes: las aptitudes que la conforman son como herramientas para la vida; cuando alcanzamos un alto nivel de desarrollo de estas capacidades, no solo aumentamos nuestra efectividad y eficacia, sino que nos abrimos a un amplio abanico de posibilidades por donde fluya nuestra vida plena de sentido. Esto sucede, principalmente, en el preciso momento en el que alguien es capaz de comprender realmente los sentimientos y emociones ajenos, y se mantiene indispensablemente unido a ellos, los integra en sus palabras y sus actos. Aunque, en algunos momentos, pueda necesitar poner algún tipo de distancia con la otra persona para actuar de la manera más adecuada.
Si verdaderamente las personas supieran lo que sentimos, qué pensamos, qué deseamos, por qué sufrimos… todo sería diferente porque sabrían qué nos duele.