«El tiempo es lento cuando lo observas, pero rápido cuando lo miras hacia atrás».
—Karl Ove Knausgård
Para Knausgård, el paso del tiempo y nuestra percepción de él cambian dependiendo de si estamos viviendo el momento o recordándolo.
Una de las particularidades más reconocidas y distintivas de la novela Mi lucha de Knausgård es que el autor, al igual que el narrador y el protagonista, es él mismo, una característica del género autoficcional. En esta obra de seis tomos, el autor coincide en un número creciente y sorprendente de detalles tangibles de su vida, desde su divorcio, sus problemas laborales, sus novelas y otros libros que ha escrito hasta, en cierto modo, sus hijos e hijas. Pero también, y sobre todo, en algunos rasgos generales: su modo de ser, su necesidad incontrolada de beber, su repulsión por la violencia, su miedo a la muerte, sus traumas familiares.
Esto es lo que constituye el problema trágico que todos, de una forma u otra —y por supuesto también el lector—, experimentamos a lo largo de nuestra existencia. Y es por ello, justamente, por lo que se escribe, porque escribir es un intento desesperado de resolver ese problema vital.