«Pasa, pero no se desvanece».
—László Krasznahorkai
Es una frase breve y bellísima que resume gran parte del tono de La melancolía de la resistencia, de László Krasznahorkai. El tiempo avanza, los acontecimientos ocurren, pero su huella —el peso de lo vivido, la memoria, la desolación— permanece.
Krasznahorkai, quien acaba de obtener el Premio Nobel de Literatura, es el escritor del apocalipsis lento que ha hecho del desplome del mundo moderno su campo de batalla. Su obra —hipnótica, circular, obsesiva— muestra un universo rural, marginal o urbano en decadencia, poblado de personajes arrastrados por fuerzas incomprensibles.
El nobel no narra el fin del mundo como un estallido, sino como una erosión constante, un deterioro espiritual que avanza con la lentitud del moho. Cada frase, interminable y minuciosa, parece imitar el movimiento de la mente cuando intenta comprender el caos. Como dijo Susan Sontag, sus libros son «la novela como forma de oración».
László Krasznahorkai escribe desde el borde del abismo. Su literatura no busca consolar, sino revelar la profundidad del desastre humano con una belleza abrasadora. Leerlo es caminar por una cuerda floja entre el delirio y la epifanía. En su universo todo se desmorona.