«La memoria es un álbum de fotografías veladas: no siempre muestra lo que fue, sino lo que insiste en quedarse».
—Cristina Rivera Garza
Esta frase de la novela Nadie me verá llorar, de Cristina Rivera Garza, conecta directamente la fotografía —oficio del protagonista, Joaquín Buitrago— con la fragilidad de recordar. La memoria no se presenta como un archivo objetivo, sino como un proceso subjetivo, cargado de sombras, que conserva tanto lo que se quiere olvidar como lo que se desea recordar. Se queda lo que resuena de alguna forma.
Rivera Garza propone que la memoria no es un archivo neutral ni lineal. Es escritura, es ruina, es un lugar de resistencia. Lo personal revela las grietas de lo histórico y lo histórico habita los cuerpos que han sido relegados. Al final, la memoria no cura, pero tampoco desaparece: se escribe, se encarna en las ruinas, se hace historia desde los márgenes. Esa es la apuesta de la novela: recordar para resistir, escribir para no desaparecer.