Unas figuras de bronce caminan sobre la tumba de Foch, hombro con hombro, eternamente erguidas.
No lloran. No hablan. Solo sostienen el recuerdo.
Encima de sus hombros va el mariscal. El cuerpo de un hombre que comandó ejércitos yace inmóvil, mientras el eco de las órdenes, los disparos y los himnos se disuelve en la piedra.
¿Cómo harán para bajarlo a su última morada?
La gata de Tobita
Gustavo A. Quintero Hernández