La universidad, en general, está en crisis

Autor:

Gustavo Quintero

Fecha:

29 octubre 2024

La universidad es una de las instituciones más antiguas del mundo. La primera —la de Al-Qarawiyyin en Fez, Marruecos— fue creada en el año 859, y la primera de Occidente —la Universidad de Bolonia—, en 1088.

La universidad, como tal, ha subsistido en el tiempo, a pesar de múltiples avatares, como un faro ilustrador de la sociedad. Sin embargo, esa universidad perdurable enfrenta, hoy en día, muchas críticas en relación con el carácter masivo de la educación, el enfoque en la eficiencia financiera y en los resultados de la investigación, la falta de colaboración con la industria y la relativamente escasa atención que le presta a los problemas sociales.

El mundo se enfrenta a grandes problemas tales como el cambio climático, la seguridad alimentaria, el envejecimiento y la longevidad, los cambios demográficos, el medioambiente, la crisis energética y la escasez de agua, que afectan a la sociedad en general, y, por supuesto, esas externalidades del mundo real tienen que ver con desafíos y responsabilidades abrumadoras, que deben ser resueltas por la universidad en beneficio de la sociedad.

El mercado laboral está a punto de cambiar de manera fundamental y, con él, la educación de los estudiantes. De pronto, estamos enseñando para carreras que ya no existen o para necesidades que desaparecieron y que la empresa no requiere.

La forma de aprender también ha cambiado radicalmente, y la manera en que los jóvenes quieren estudiar también cambió. Ya no necesitan obtener un título universitario, sino, más bien, cursos y certificaciones que sean útiles en la vida laboral y que les permitan construir una carrera a su propio ritmo.

Ya no habrá investigación que sea principalmente disciplinaria, sino investigación interdisciplinar que se lleve a cabo en el mundo excepcionalmente dinámico de los macrodatos y las colaboraciones cambiantes, incluidas las asociaciones digitales. La investigación concebida así, de esa forma, está soportada en grandes fuentes de datos y en redes colaborativas, que incluyen socios digitales. La financiación no es ya un problema importante, lo que sí importa es el fin de contribuir al mundo y sus expectativas, y cómo esa investigación interdisciplinar y colaborativa en redes digitales cambia la vida de alguien. Los papers y los rankings están perdiendo su razón de existir.

Es bien sabido que hay menor apoyo gubernamental para la educación; los gobiernos ahora pagan considerablemente menos por estudiante, y las universidades solo tienen dos o tres opciones disponibles para compensar esta caída en la financiación (matrícula). En primer lugar, pueden aumentar los precios de la matrícula para compensar la caída de ingresos con una contribución creciente del usuario, el estudiante. Una segunda forma es a través de la valorización, es decir, proporcionar conocimiento a través de becas o descuentos; y una tercera forma es a través de donaciones. Aumentar el valor de las matrículas no es una solución; las becas y descuentos están al límite y las donaciones son cada vez más escasas. Toda una encrucijada.

Es preocupante, sin embargo, que el debate dentro y fuera de las universidades tienda a ser más sobre quejas por los recortes presupuestarios o la visión del gobierno, cuando debería ser, de hecho, sobre cómo debemos abordar los grandes cambios que inevitablemente se avecinan. Los debates alrededor de recortar presupuestos o del intervencionismo y la idea de acabar con la universidad privada por parte del gobierno están a la orden del día; lo importante debería ser el respondernos cómo vamos a enfrentar los grandes cambios que se avecinan inevitablemente. La universidad debe tomar seriamente estos retos y desafíos y resolverlos de una buena vez, antes de que no tenga oxígeno para intentarlo y pierda su autonomía.

También, es necesario un mayor equilibrio en el debate sobre el tamaño de la universidad. Es inaceptable que la brecha entre los administradores, por un lado, y los profesores y estudiantes, por el otro, amenace con hacerla aún más grande. Los unos exigiendo más programas para facilitar mayores ingresos y los otros tratando de cuidar lo que hay, que exige menos trabajo. 

Podríamos concluir que la universidad ha perdido autoridad y ejerce cada vez menos influencia en el debate social y político. Por ello, se está convirtiendo cada vez más en el juguete de las grandes corrientes sociales.

Hay que reflexionar sobre estos puntos para rescatar la universidad de su crisis y para que se legitime nuevamente como un actor crucial para la sociedad que vela por su progreso.

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