El balón apenas toca la punta del pie y, en ese instante suspendido, todo parece obedecer a una geometría secreta. La curva del cuerpo, la extensión del brazo, la trayectoria invisible del esférico: todo encaja con la proporción áurea, como si la naturaleza hubiese calculado el gol mucho antes de que el jugador lo intentara.
No es solo fútbol, es una revelación matemática. La multitud grita, pero detrás del estruendo se esconde un silencio antiguo, el murmullo de los arquitectos griegos, de los pintores renacentistas, de los místicos que buscaron en la espiral la huella de lo divino.
Ese disparo no viaja hacia la portería, viaja hacia el misterio eterno de la belleza. El gol, entonces, no es gol: es la prueba de que el fútbol también tiene fórmula.
La gata de Tobita
Gustavo A. Quintero Hernández