«Esconderse es un placer, pero no ser encontrado es una catástrofe».
—El circo del infinito, pág. 30
Esta frase de Winnicott, en relación con el juego de los niños, nos propone dos ideas fundamentales. Por un lado, la vida mental a menudo ocupa un lugar en nuestro mundo interior y puede no ser encontrada o reconocida por los demás. Escondernos puede ser un placer muchas veces, pero si esa vida interior no es reconocida por el entorno, esto puede ser experimentado como una verdadera catástrofe. Existe una enorme diferencia entre buscar, encontrar y ser encontrado.
Cuando respondemos a la búsqueda o solicitud de saber si existe alguien ahí que comparta aquello que deseo expresar, conectamos con el «ser encontrado». Puede que intente esconderme y puedo conseguirlo. De este modo, se produciría la pérdida del diálogo y del interés por el otro. En otras palabras, no ser encontrado.
No esconderse en exceso a sí mismo o a los demás permite explorar sin miedo los propios laberintos internos, ofrece la magnífica oportunidad de servir de guía certera en el maravilloso camino del otro y, lo más importante, ir generando el imprescindible vínculo para que el diálogo se dé.