Todo comenzó cuando los salvavidas encontraron huellas en la arena del tamaño de una paella familiar.
—¿Algún tipo de animal marino? —preguntó un niño, aferrado a su flotador de dinosaurio.
—No, esto es humano… ¡pero colosal! —dijo un socorrista, mientras se metía entero en una sola pisada.
Pronto se desató el rumor: un turista gigante había llegado a Cancún. Nadie lo había visto, pero se decía que pedía cocos por docena, usaba sombrero de palma XXXXL y solo nadaba en aguas profundas «para no salpicar».
Las niñas de la foto, en realidad, huían discretamente: una de ellas lo había visto quedarse atorado en un vestidor de souvenirs.
Y desde entonces, nadie volvió a encontrar sandalias de su talla.
La gata de Tobita
Gustavo A. Quintero Hernández