Cada medianoche, cuando el dueño del taller se iba, comenzaba la asamblea.
—¡Compañeros títeres! ¡Basta de mentiras! —gritaba uno con sombrero de aserrín—. ¡Queremos articulaciones que no se suelten, barniz sin picazón y narices con control de crecimiento!
Los pinochos aplaudían con palmas de madera. El más joven pidió permiso para hablar, pero al mentir sobre su edad, su nariz tumbó tres estantes.
Mientras tanto, los pinochos sin pintar, aún sin rostro, meditaban en silencio: ¿Seríamos más felices sin emociones?
Al fondo, un pinocho rebelde tallaba en secreto una boca que pudiera decir la verdad… aunque eso, claro, nadie se lo creyó.
La gata de Tobita
Gustavo A. Quintero Hernández