El sol ilumina la explanada frente a Gwanghwamun. Bajo sus rayos, los guardias vestidos con ropajes escarlata y azul marchan al compás de tambores y trompetas. No es un desfile cualquiera, es la recreación del cambio de guardia del Palacio Gyeongbokgung, tradición que data de la dinastía Joseon, cuando el rey y su corte gobernaban esas tierras.
El visitante moderno observa cómo el rito se despliega entre banderas y armas ceremoniales, con el mismo orden que hace quinientos años. Al fondo, los rascacielos de Seúl se elevan como testigos de un país que se transformó sin olvidar sus raíces.
En ese cruce de tiempos, el pasado se hace presente: cada paso de los guardias es un recordatorio de que la historia no se desvanece, solo cambia de escenario y nosotros también.
La gata de Tobita
Gustavo A. Quintero Hernández