Marcelo, tras tres horas de bus y dos de subida en chanclas, llegó al Muro de los Deseos. Sacó una servilleta grasienta del bolsillo —la única que no había usado para limpiarse las manos después del kebab— y escribió con un lápiz labial prestado:
«Que haya riqueza, pero sin trabajar».
Amarró el papelito entre una media rota y un recibo de supermercado, sintiendo que su vida estaba a punto de cambiar.
Al día siguiente, alguien encontró una cartera en el suelo, con cientos de euros y el pasaporte de Marcelo, que había olvidado junto al muro.
Al final, su deseo se cumplió…
La gata de Tobita
Gustavo A. Quintero Hernández